Hace unas décadas la recomendación de comer más alimentos crudos nos llegaba principalmente del sector de la alimentación naturista. Pero las recientes investigaciones contra el cáncer y los estragos sufridos en la salud que ha causado una dieta descontrolada (y cargada de productos refinados), han propiciado nuevas campañas avaladas por los sectores más tradicionalistas del campo de la nutrición que apuestan cada vez más por sustituir cocinados por crudos. Una forma de comer representada por el movimiento raw-food, crudívoro o crudivegano, que capta cada día nuevos adeptos en nuestro país. Pero no hace falta adherirse a ninguna corriente de forma permanente ni hacer cambios extremos en nuestros hábitos alimenticios para recoger los frutos de una dieta cruda. Podemos empezar por aumentarlos porque, hagamos un momento de introspección y reflexión honesta… ¿Cuántos crudos realmente tomas al día?
Si la respuesta es pocos o casi ninguno, a excepción de una o dos piezas de frutas en invierno y ensaladitas en verano, estás en la media de la población mundial.
Y vamos a ser claros: No es suficiente.
Nota: aclaremos que en “CRUDOS” también pueden entrar frutos secos, semillas, bayas…
Así que aumentando ese escaso 10 % de alimentos crudos en invierno y 20 % del verano, los beneficios en nuestra salud van a ser considerables. Beneficios que no se limitan a una dieta más rica en nutrientes y antioxidantes porque si alcanzásemos una cifra en torno a los 50 % de crudos diarios (al menos durante una temporada) podríamos eliminar muchos trastornos digestivos, carencias y alergias (de las que seguramente no somos conscientes) y mejorar muchas funciones corporales. Y ya no voy a entrar en las mejoras en nuestro aspecto físico. Os dejo aquí un vídeo de Mimi Kirk, una maravillosa mujer de 75 años que lleva desde hace muuuchos años una dieta crudivegana (y escribe libros de recetas crudas):
Su aspecto y buena energía lo dice todo 🙂
Así que lo ideal es ser consistentes en el cambio y empezar como decía antes por incorporar más crudos a la dieta con una rutina que perdure en el tiempo (y aumente). No se trata de hacer una moda pasajera, ni de un tratamiento de belleza. Lo que hagamos queremos que perdure en el tiempo de la misma manera que queremos que nuestro cuerpo y organismo «perdure» muuuuchos años 🙂
Y si nos decidimos por una alimentación crudívora más en serio del tipo 50 crudos-50 cocinados o 70-30 (que es la más practicada), ya sea por una temporada o permanentemente, debemos tomar una actitud muy activa y responsable con nuestra nutrición. Lo más importante es informarnos y aprender al menos los conceptos básicos de la nutrición humana para ser capaces de autorregularnos correctamente el aporte diario de macronutrientes y así evitar carencias y desequilibrios orgánicos que no se notan a corto plazo pero a largo plazo pueden darnos muchos problemas. Podemos optar por una guía o coach para empezar o surfear por las geniales páginas crudívoras que pueblan Internet para buscar información. Una web en español sobre el tema es Vida en tu comida con vídeos y consejos (y que además organizan unos talleres geniales).
También quien se decida a practicar esta dieta debe tener claro que comer crudos va mucho más allá de batidos, frutas y ensaladas. Para los que se animen hay recetas y posibilidades increíbles que pueden ampliar vuestros horizontes gastronómicos, llenando de texturas y combinaciones nuevas las recetas del día a día. Aunque conviene tener en cuenta que algunas preparaciones requieren de más tiempo por usar remojados o deshidratación. Además es recomendable (aunque no imprescindible) comprar un montón de ingredientes especiales o superalimentos así como ciertas máquinas de cocina especiales (ver artículo: Equipando una cocina vegetal) como las que venden en Conasi (una web espectacular para optimizar nuestra cocina) donde encontrareis spiralis, germinadores, extractores, deshidratadores…. Otro día me extenderé sobre este tema que da para mucho.
Para los que amamos la cocina, la cocina crudi es un viaje fascinante lleno de experiencias por descubrir (y que como cocineros os va a divertir muchísimo). Y además de enriquecer nuestra forma de cocinar debemos sumarle la satisfacción de saber que le estamos dando al cuerpo el mejor combustible posible. Un 2×1 imposible de mejorar.
Aumentando nuestros crudos
La ventaja más obvia de incorporar a nuestra dieta más alimentos crudos es que evitamos la destrucción de gran parte de su preciado contenido en micronutrientes que se produce a través del cocinado. Y las primeras damnificadas de este calor de la cocción van a ser las delicadas vitaminas hidrosolubles y en especial la tan necesaria vitamina C. Pero la cocción, además de destruir muchas vitaminas y disolver el contenido en minerales, provoca la pérdida de sustancias vitales mucho más valiosas como las enzimas o microorganismos beneficiosos como los contenidos en algunos probióticos. Si hablamos en términos de temperatura, podemos decir que cuando el calor al que sometemos nuestros alimentos supera nuestra temperatura media corporal, alrededor de los 37 grados, ya se empieza a producir una significativa destrucción de gran parte de estos saludables componentes. Y por eso muchos crudívoros utilizan en sus preparaciones culinarias deshidratadoras que sólo alcanzan los 35 ºC. Pero es justo apuntar que no siempre lo crudo es mejor. Hay casos donde una corta y correcta cocción también puede aportar en algunos alimentos tantos beneficios como en su formato crudo. Este es el caso de verduras como el tomate o la col, ya que podemos aumentar la disponibilidad de algunos nutrientes antioxidantes al romper sus fibras en el cocinado. También hay veces que merece la pena perder parte de las vitaminas y minerales del alimento en post de destruir algunos compuestos antinutritivos como los nitratos contenidos en algunas verduras de hojas verdes o en las legumbres. ¿Entonces qué es lo mejor? Pues en determinados alimentos como el tomate: comerlos cocinados y crudos en igual medida. O una vía intermedia que da un poco de todo: deshidratados al sol.
Más crudos contra el cáncer
A día de hoy existe unanimidad en la comunidad científica acerca de la influencia que tiene la forma en que preparamos nuestra comida en el desarrollo de algunos cánceres. Se han multiplicado los estudios médicos que confirman que aquellos con una alimentación con preponderancia de crudos, son menos proclives a padecer ciertos tipos de cánceres, sobre todo aquellos relacionados con el sistema digestivo como el gástrico o el de colon. Pero los estudios van más allá. Durante los últimos años se han identificado numerosos elementos cancerígenos que aparecen al someter a algunos alimentos a cocciones prolongadas o agresivas. La lista de estas toxinas y compuestos cancerígenos, publicadas por diferentes universidades anglosajonas y organizaciones que regulan la alimentación del consumidor, como la americana FDA es interminable: aminas heterocíclicas, hidrocarburos policíclicos, nitrosaminas, alcóxidos, endoperóxidos y epóxidos, ácido butírico, nitropireno y nitrobenzeno, metilglioxal… Y la última sustancia cancerígena confirmada a sumar a esta larga lista, que aparece cuando sometemos a ciertos hidratos de carbono a muy altas temperaturas, es la archilamida que puede representar un peligro para la salud en grandes dosis. Un buen ejemplo de alimento que pueda contenerla por su composición y forma de cocinado, es el donut. Además, algunas ollas y sartenes recubiertas de teflón o materiales similares, también pueden desprender sustancias tóxicas al ser sometidas a muy altas temperaturas.
PD: ….Después sigo con trucos e ideas para tu dieta crudi 😉